El café se enfría y el tren va a salir pronto. El cielo ya ha oscurecido, pero en tu interior hay más sombras que en una calle que no puede ser iluminada por la fría luz de las farolas. Eso que había dentro de ti yace apagado, como muerto, inexistente. Esa luz que todas las personas tenemos, y que, en determinados momentos de nuestras vidas, perdemos temporalmente. Así me siento. Enamorarse es el suicidio más lento que conozco, el más doloroso, aunque también el más bonito. El amor, una enfermedad que bien cura o bien agranda tus heridas.
Me niego a perder para que ganen otros. Sonrisas para los demás, mientras quien necesita una sonrisa sincera eres tú mismo. Descubres que no puedes controlarlo todo en tu vida, pues hay algo que se encuentra por encima de todo, por encima de lo que tu cerebro puede decir ''basta ya'' o ''déjalo''. No puedo pedirme que borre sin más estas páginas como hice con el resto de mi historia, porque no puedo borrar algo que he escrito tan fuerte. No se puede borrar, sin más, ideas que se grabaron como tatuajes en la piel. Quedan huellas, heridas, o como quieras llamarlo.
Dicen que el corazón es el único órgano que no obedece órdenes del cerebro. Es decir, el resto del cuerpo sigue órdenes que provienen del cerebro. Sin embargo, si el corazón deja de funcionar, deja de funcionar el resto de órganos. El mío probablemente esté roto, pero por suerte funciona, aunque dudo que bombee sangre a estas alturas: creo que su lugar lo ocupa veneno.
Tengo por seguro que hay más odio que amor en estas palabras. Esta es la magnífica sensación de sentir frío aunque hace cuarenta grados en la calle, mientras recuerdas como en invierno te llenaba de calor ver sus ojos buscando cruzarse con los tuyos. ¿Qué queda de eso? Nada más que ganas de luchar por lanzarte a un vacío en el que probablemente te espera algo peor que la muerte, pues esa es tu única forma de vivir. No arriesgar es lo más arriesgado, así que para evitar riesgos, arriesgaré.
El café se ha helado y el tren partió hace tiempo. Sigues sentado en la estación, mientras pasa el tiempo, con la certeza de que algún día volverá a pasar tu tren. De pronto despiertas, quizás tarde, quizás a tiempo. Ese tren no era el tuyo. O simplemente, debes buscarlo de nuevo. Todo puede ser, excepto consumirte sentado en la estación. No hagas más cuestiones a las que no puedes responder.
El día que no pueda más... ¿Se congelará para siempre mi corazón, o simplemente explotaré para romperme en mil pedazos?
Tengo por seguro que hay más odio que amor en estas palabras. Esta es la magnífica sensación de sentir frío aunque hace cuarenta grados en la calle, mientras recuerdas como en invierno te llenaba de calor ver sus ojos buscando cruzarse con los tuyos. ¿Qué queda de eso? Nada más que ganas de luchar por lanzarte a un vacío en el que probablemente te espera algo peor que la muerte, pues esa es tu única forma de vivir. No arriesgar es lo más arriesgado, así que para evitar riesgos, arriesgaré.
El café se ha helado y el tren partió hace tiempo. Sigues sentado en la estación, mientras pasa el tiempo, con la certeza de que algún día volverá a pasar tu tren. De pronto despiertas, quizás tarde, quizás a tiempo. Ese tren no era el tuyo. O simplemente, debes buscarlo de nuevo. Todo puede ser, excepto consumirte sentado en la estación. No hagas más cuestiones a las que no puedes responder.
El día que no pueda más... ¿Se congelará para siempre mi corazón, o simplemente explotaré para romperme en mil pedazos?
El día que no pueda más
voy a matarte.
Que no valga la pena,
me quedé sin avisarte
de que contengo de veras
de noche mis malas artes.
El día que no pueda más,
voy a matarte.
Que me mate la pena,
tenerte un rato delante
sentado en las escaleras,
loco por reanimarte.
Me levanto lento,
voy hacia arriba,
dejo cabos sueltos
a la deriva.
Y no dejo huella,
quiero irme con ella
donde me diga.
El día que no pueda más
voy a cambiarte
por un puñado de estrellas
que no me dejen mirarte,
por la luna lunera
de confidente y amante.