jueves, 12 de junio de 2014

Carta abierta

Te paras un rato a pensar.
Unos cuantos tragos después de cerrar el libro.
Habrán pasado meses, días, horas...
Da igual.
El calendario ya no importa.
El reloj quedó enterrado.
¿Puede alguien encontrar algo tan pequeño entre tanta arena?
No lo sé.
Ya no queda nada, ni siquiera los restos del naufragio.

Hace ya mucho de aquel día en que la niebla caía entre las montañas.
De ese principio de un fin ya anunciado.
¿Te diste cuenta?
Nos gusta lograr imposibles.
Nos gusta aprovechar cada última gota de una posibilidad diminuta.
Escurrirla hasta el punto de dejar todas tus esperanzas en una sola opción.
Y ésta se va, se pierde como el humo.
Sin dejar ni rastro.
Y caes.

¿Sabes?
Me he convertido en todo lo que odiaba de ti.
Lo mejor es que no he tenido que dejar de ser quien soy.
He mantenido mi esencia.
Y te levantas.
Pero ya no soy el mismo.

Orgulloso de todo lo que he conseguido cuando ni yo mismo daba un céntimo por mí.
De darme a valer cuando tenía la sensación de no valer nada.
De saber que por muy difícil que fuera levantarse, si lo conseguía sería mejor.
Porque equivocarse significa un error, un error significa aprender y aprender lleva a levantarse.

No seré el mejor.
No seré un ejemplo.
No tendré una vida en la que no me equivoque nunca.
Sin embargo, aprendí.
No voy a dejar que caiga nunca más.
Es el camino para empezar a perdonarme.


En un cajero amanecimos ciegos, 
esquina con el comercial. 
Dos pistoleros lentos se comen el día. 

Dos tragos para cerrar enero, 
ayer fuimos satanás. 
Subidos en un trueno, 
hablamos de chicas, 
contamos los días para salir a tocar. 

Paren la vida, me quiero bajar, 
si estoy a tiempo, quiero saltar 
por si nos sale mal.