miércoles, 11 de diciembre de 2013

Déjala ir

Un chico iba caminando por su camino. Una chica iba caminando por su camino.
Un día el chico llegó a un cruce de caminos. Un día la chica llegó a un cruce de caminos.
El chico vio como a su camino llegaba otro camino. La chica vio como a su camino llegaba otro camino.
Sin embargo, ambos caminos no estaban unidos.
El chico y la chica llegaron a la unión de caminos al mismo tiempo.
Observaron que, para su sorpresa, una muralla de cristal impedía el paso al otro camino.
Podrían verse y podrían hablar el uno con el otro.
Se miraron por primera vez.
Con tan solo ese cruce de miradas, decidieron emprender el camino acompañándose mutuamente.
El primer día de camino se presentaron.
El segundo día hablaron de sus gustos hasta que llegó la noche.
Pero al tercer día las cosas cambiaron.
El camino se hizo cuesta arriba.
El terreno se llenó de pequeños agujeros que dieron paso a grandes socavones.
El sol dejó paso a las oscuras nubes y comenzó a llover.
Y entonces los caminos dejaron de ser un apacible lugar para seguir su viaje.
Cuesta arriba, irregular y entre gotas de lluvia.
Sin embargo, ninguno de los dos aminoró el paso, ni dio media vuelta.
Cada vez que uno se quedaba un poco atrás, el otro le esperaba para reanudar la marcha juntos.
Fue así como el chico y la chica crearon un vínculo.
Al cuarto día, mientras caminaban, hablaron de sus inquietudes ante ese camino.
Al quinto día, se confesaron lo que nunca habían confesado a otras personas.
Al sexto día, ambos durmieron pegados al cristal, como si quisieran estar cerca.
Al séptimo día el camino no parecía tan complicado.
Las cuestas no eran tan duras.
Los agujeros se pasaban sin mucho esfuerzo.
Y la lluvia solo era un poco de agua.
Al octavo día él amaneció mirándola hasta que se despertó.
Al noveno día ella le pensó hasta que se quedó dormida.
Al décimo día decidieron no caminar.
Ambos se miraron fijamente.
No pasó nada.
Al undécimo día reanudaron la marcha.
Y al duodécimo no aguantaron más y maldijeron su suerte.
El camino no era tan malo después de todo.
Lo malo era esa muralla de cristal.
Podrían verse y podrían hablar el uno con el otro.
Sin embargo, no podrían tocar la piel del otro.
No podrían sentir que existía más allá de la imagen que ofrecía el cristal.
No podrían vivir al otro lado de la muralla.


Siguieron caminando con el paso del tiempo.
Los días, dejaron su lugar a los meses.
El camino seguía con sus idas y venidas para cada uno, pero al final siempre se esperaban.
Hasta que un día todo volvió a cambiar.
Ambos tuvieron que elegir si continuar por el camino de la muralla de cristal.
Nuevos caminos aparecían a medida que caminaban.
Dudaron.
Pensaron.
Y siguieron caminando ''juntos'' el uno al lado del otro.
Conforme más avanzaban en el camino, más complicado se hacía.
No sabían exactamente a donde querían ir.
Sí sabían con quien querían ir.
Vivían sin dirección.
Hasta que las dudas se hicieron enormes al ver pasar tantos caminos que podrían ser los suyos.
El tiempo seguía pasando y las dudas seguían engordando.
El día que no pudo más, el chico golpeó la muralla hasta que consiguió pasar.
Sin embargo esa situación era temporal, pues en ese camino solo podía caminar una persona.
Entonces decidió volver a su lado del cristal.
Él la observó desde el otro lado sin dejar de caminar.
Ella le observó por última vez sin dejar de caminar.
Fue entonces cuando los caminos dejaron de lado al cristal y se separaron para siempre.
Él quiso quedarse ahí para siempre.
Ella decidió seguir adelante.
Él siguió caminando por su camino.
Ella siguió caminando por su camino.