viernes, 6 de septiembre de 2013

Dos años dan para mucho

No soy muy dado a sentimentalismos ergo no soy de hacer despedidas. Pero tú lo has pedido con tu tweet así que deberás atenerte a las consecuencias. Te presento mi proyecto de carta de despedida. Ni siquiera es de despedida puesto que volverás los fines de semanas y en caso contrario yo te traeré de los pelos a rastras.

Copiaré tu táctica, puestos que para evitar riesgos lo mejor es arriesgar, ¿no? “Todo empezó…” en primero de bachiller cuando tus padres tuvieron la feliz idea de meterte en el IES Sancti Petri y los dirigentes del mismo propusieron meterte en las clases de física y matemáticas de los estudiosos y trabajadores chicos tecnológicos, nótese la ironía.

Te sentabas junto a Tumtum aunque el señor Largo, también de salud, nunca estaba demasiado lejos de ti. Pero nuestro “romance” se dio el día que El chico listo te llamó para un partido de fútbol sala en Bahía Sur. Ahí pude obsequiarme con tus dotes futbolísticos…

Te llamé para más partidos incluso nos juntamos con el killer falso y nos acostumbramos a jugar partidos juntos. En una ecuación matemática eso iba a tender a crear un equipo de fútbol sala que ganaría su correspondiente liga. Te coronaste macho más macho de todos los machos que hacían goles.

Cierto fue que tuvimos nuestros rollos amorosos pero siempre estuvimos ahí. Y lo seguiremos estando. Ni se te ocurra quedarte en Sevilla… o te mataremos. Todos. Dolorosamente.

Espero que hayas notado lo hipster de hacer cartas en la red, confieso que me ha gustado la experiencia…

Un abrazo: Señor Capi.

Pompas de jabón

Se dirigió a la ducha, con los ojos soportando la presión de una noche entera sin dormir. Quizás por eso cuando abrió el agua caliente y sintió como recorría su cuerpo, comenzó a evadirse del mundo en el que estaba por un momento.
A su lado, en el suelo, había dos pastillas de jabón. La más próxima a él, a un palmo de su pie, está partida por la mitad, a pesar de que parece que nadie la había usado hasta entonces. La más lejana, a unos pasos, está exactamente igual, solo que no está rota. ¿No tiene el mismo valor una pieza rota que una intacta, siempre y cuando puedan realizar la misma función? Por supuesto. Pero, ¿por qué siente más atracción por usar aquella que no está rota?
''Tonterías'' , piensa. ''Son solo pastillas de jabón''.
Sin embargo, no podía parar de pensar. ¿No es cierto que, en el caso de que no estuviera allí la pastilla más lejana, hubiera agradecido contar con la pastilla rota? Sí, lo hubiera hecho, al fin y al cabo cumple su función.
Lo extrapoló más allá de dos simples pastillas de jabón. Pensó que a la hora de elegir entre dos posibles oportunidades, aunque realicen la misma función, podemos dejarnos llevar por la comodidad, por lo que es más seguro, o por la estética. Así como muchas personas elegirían la pastilla rota al estar más cerca, otras tantas elegirían la que está lejos por ser ''más perfecta'' que la otra.
¿Acaso no sucede lo mismo con las personas? Cuando realmente necesitas a alguien, da igual donde esté, da igual quien sea, solo importa que esa persona te dé el apoyo que necesitas. Una persona rota como esa pastilla de jabón puede hacer la misma función que una persona que no ha sufrido, solo que si te dan a elegir entre lo entero y lo roto, hay personas que eligen la forma. Algo roto no va a cambiar nunca, no puede volver a ser lo que era. Algo intacto acabará por romperse, porque la perfección se esfuma como una pompa de jabón.
En ese momento descubrió que se sentía roto. Descubrió que se odiaba a sí mismo por todo lo sucedido, que odiaba todo lo que había querido. La odió por primera vez, y no por última.