martes, 23 de octubre de 2012

Esclavo del arrepentimiento

Está anocheciendo y comienza a llover. Intentas aumentar el ritmo, pero te quedas rezagado del resto. ''No debería haberme entretenido'' piensas. Te pierdes. En el camino que deberías seguir te surguen obstáculos, como piedras y cosas de ese estilo que no te permiten pasar. La noche se cierra, una niebla espesa cae y diluvia. Solo llevas tu ropa, una mochila con tus pertenencias y un mechero en el bolsillo. Tienes frío y no sabes que hacer...
Entonces ves, a un lado de una cuesta en el camino, un techo donde poder pasar la noche al menos y resguardarte de la lluvia. Te sales de la senda y vas hacia la casa. ''Increíble''. Tienes tanta suerte que te encuentras con una puerta entreabierta que te deja pasar. Empapado, pero satisfecho, comienzas a aventurarte para descubrir todos los rincones de la casa. Una casa preciosa, pero vacía y con evidentes signos de que ahí pasó algo. Paredes de piedra con grietas y techo de madera, pero aunque parezca increíble ahí está, de pie, solo con algunos rasguños.
 
 
Encuentras una chimenea en un salón, cerca de una gran ventana. Curiosamente alguien había dejado tacos de madera al lado, solo tienes que encender un fuego tan bien como puedes con el mechero. La leña prende, acercas una butaca a la ventana y te pones a mirar como cae la lluvia, aburrido. Miras como cae la lluvia en el camino que deberías recorrer, pero estás tan agusto allí que no quieres volver...
Caes en un sueño profundo. No te das cuenta, pero sí, te duermes mirando lo que debiste hacer pero no te pusiste manos a la obra a tiempo. Y en una ráfaga de la tormenta, el viento levanta el techo que tanto te reconfortaba de la tormenta, dejándote al aire libre como antes.
Te despiertas sobresaltado, viendo que todo lo que tenías a tu alrededor ha cambiado de sitio mientras dormías, que vuelves a estar en mitad de la tormenta y notando de nuevo como el frío te cala los huesos con cada gota de lluvia que te roza la piel. Dejas la mochila en ese salón, empapada, porque ya no te servirá de nada, prefieres salvarte tú. ''¿Por qué?'' Eso es lo que te preguntas, pero sabes perfectamente que te lo ganaste en el momento en que te separaste de los demás y buscaste tu propia aventura.
 
 
 
Buscas la forma de salir de esos muros a los que llegaste a considerar un hogar, abriendo y cerrando puertas apresudaramente. Te das cuenta de que estabas tan encegado cuando llegaste por lo bonito del lugar que no sabías ni a donde te llevaban tus pisadas. Pero de tanto buscar encuentras la recompensa: en una habitación hay una pequeña porción de techo, pegado a la pared, que esperas te permitirá resguardarte.
Es ahí cuando te aferras a ese espacio como si fuera lo último que te puede salvar la vida. Pasarás frío de vez en cuando, es inevitable porque el viento y la lluvia tratarán de alcanzarte. ¿Y qué? Ese rincón es muchísimo mejor que cualquier otra cosa que pudieses encontrar en el camino de fuera. ¿Por qué? Por el simple motivo que es más de lo que esperabas cuando estabas perdido. No creo que una casa aparentemente tan simple sea algo que llame la atención a todo el mundo. Pero fue y vuelve a ser tu hogar en los momentos en los que verdaderamente la has necesitado, sin pedir nada a cambio...
Y es ahí, en ese rincón donde quieres esperar a que pase la tormenta o te llegue la muerte. Pasa la noche, amanece y las nubes se van a otra parte. Parece mentira, pero ya pasó todo. Te mueves y buscas la puerta de salida ahora con toda la tranquilidad del mundo. La encuentras al momento, ves el camino ya sin la niebla, sin lugar a dudas es mucho más fácil caminar por él ahora mismo.
Subes la cuesta y ves el pueblo en tus narices. Te das la vuelta riéndote. Aquí está tu oportunidad de demostrar lo que eres. O bien un desagradecido por no saber reconocer lo que te ha hecho salir del mal de la noche pasada, sintiéndote un gilipollas en ese instante, o bien una persona que se da cuenta de lo verdaderamente importante que ha sido esa experiencia para ti. De lo único seguro es que si te hubieras quedado en la tormenta quizás no estuvieras ahí, riéndote... La pérdida de la mochila quizás te salvó, esa pequeña pérdida te dió una gran ganancia. Ganaste un hogar y cuando creías haberlo perdido lo volviste a recuperar. Y eso, seas como seas, tienes que saber que vale su peso en oro.
 
No sabes lo que tienes hasta que no lo has perdido.
No entiendes lo que vale algo hasta que no lo ves alejarse de tu lado.
No ríes hasta que no has llorado de verdad.
Y, por supuesto, no vives hasta que no has llegado a morir.

 

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