Yo sí. No importa si estamos en verano o en invierno, si hace más frío o más calor. No, ya no importa.
Tampoco importa si hoy dedico mi tiempo a hacer lo que debo hacer, o lo dejo todo para el día siguiente. Al fin y al cabo, lo tengo que hacer. O no. Es importante, sí, pero no me importa.
Hace no mucho cada paso que daba era importante, para bien o para mal. Tenía que tener cuidado de donde dejaba mis huellas, no quería que me siguieran el rastro. Ahora ya no importa.
Que me encuentren, ya estoy perdido. Las cosas cambian.
¿Saben lo que es mirar el calendario con la esperanza de que el tiempo se ralentice, pare, y dé marcha atrás?
Saber que ya no importa, que no va a volver, que aunque duela, es pasado. Pasado que no debe condicionar un presente lleno de oportunidades, de posibilidades para empezar de cero.
Mi sonrisa está vacía. Oculta una sombra tan grande que, por miedo a que se apodere de mí, temo por ella.
Por ella y por mí.
Estoy perdido, las cosas cambian, el tiempo pasa. Ya no importo.
Y sin embargo, hay cosas que nunca cambiarán, con las que me encuentro todos los días y que hacen que el tiempo se pare.
Las cosas buenas siempre estarán ahí.
En donde no puedo hacer nada.
En donde tus palabras se las llevó el viento, y las mías aguantaron el temporal.
En donde esté, aunque no estés ya.
En donde el olvido no existe.
En donde da igual que importe, porque ya no importa.
Ahí, en lo imposible.
Si supieras todo esto sabrías bien porque escribo
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