Vives entre la espada y la pared, doblando esquinas que te
pueden llevar a la gloria o a ningún lugar. Vives recordando cada paso en
falso, cada tropiezo, cada movimiento que diste, vives recordando, pero sin
dejar de avanzar. Vives atrapado en tu propia jaula, en la que tú decides donde
están los barrotes que impiden tu libertad. Vives condenado por tu propia ley,
la que decide por ti donde pueden empezar y donde acaban tus actos. Vives
sonriendo por fuera lo que lloras por dentro, creando una armadura contra el
pasado, coraza de hierro que a veces te puede llegar a pesar demasiado. Vives
jugando una partida de ajedrez contra ti mismo, en la que constantemente te
encuentras en jaque. Vives tratando de escapar de ti mismo, a veces creando
oscuridad a tu alrededor, a veces iluminando tu camino. Vives luchando, porque
sin saberlo sabes que es el camino.
No es lo mismo ser que estar, no es lo mismo irse o que te
echen, ni tampoco es igual antes, que ahora o después. Por eso prefieres sentir
que eres, antes que estar simplemente; prefieres irte antes de que te echen; y
prefieres estar en lo que sucede ahora, en vez de pensar en lo que pasó y en lo
que sucederá después.
Como decía Nietzsche, aquel que tiene un porqué para vivir
se puede enfrentar a todos los cómos. Y curiosamente, vives porque sin querer o
queriendo, sin saber porqué razón, con el tiempo vas resolviendo todos los
cómos que se presentan en tu camino.
Es lo que me hace sentir vivo.
Es lo que me hace seguir luchando.
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