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Yo quisiera que la vida fuera como un juego, para poder guardar mi partida y volver cuando estuviera más preparado, cuando fuera un poco más fuerte. Pero eso no puede ser. Ves la conveniencia de las personas, como se van y como se vienen, pero tú siempre te quedas ahí. Si cada uno fuera por su puta bola no sucederían estas cosas.
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Pero ahí estás, sin nada que poder hacer. Y ves a la gente sonreír y te haces preguntas. ¿Cuándo te tocará a ti? ¿Por qué yo no? Y quisieras desconectar, irte a otro lugar en el que puedas pasar de todo, ir a tu bola y olvidar los problemas. Pero no, no puedes.
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Dicen por ahí que las personas que buscan la suerte hasta el final y creen en si mismos son los que consiguen sus objetivos al final. Pero yo ni tengo ganas de buscar a nada ni creo en mi. Para mi no hay mayor satisfacción que ver una sonrisa en la cara de la persona que veo enfrente. Y sin embargo, yo no tengo fuerzas para dejar una sonrisa cinco minutos.
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¿Dónde fallé para sentirme así? No somos pocos los que nacimos sin estrella, que nos creemos que los imposibles no existen si no creemos en ellos. Pero cuando abrimos los ojos y encaramos la realidad, vemos que las cosas no son así, que la perfección es frágil y nuestra mente también.
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No estoy en mi sitio. Las cicatrices se abren y te ponen una venda que no te deja ver nada de lo que estás viviendo. Hay personas que viven donde no le corresponden... ¿Será eso? No lo sé, pero fallé una vez. Solo una. Y creo que ya he pagado, he aprendido suficiente la lección.
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Es un continuo querer y no poder, por culpa de haber podido sin querer.
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